1. Un problema común por Juan Antonio Cañero
Los siguientes post recogen las declaraciones de músicos y especialistas en propiedad intelectual que harán un repaso de la actual situación de la Industria Cultural y las entidades de gestión, la potencialidad de Internet como un medio de democratización cultural y la necesidad de establecer modelos de negocio alternativos al actual que compatibilicen el libre acceso a la cultura con la remuneración de la misma, entendiendo remuneración como los ingresos que permiten a creadores e intérpretes vivir de su trabajo, no como medio para que estos agentes engorden desmesuradamente sus cuentas corrientes y controlen el acceso a la cultura haciendo valer un sistema que, según su visión, aparte de ser injusto, ha quedado obsoleto.
2. El monopolio empresarial de la cultura por Juan Rodríguez
La cultura es, desde los orígenes de la humanidad, uno de los medios por los que el hombre podía expresar sus sentimientos, sus inquietudes o sus pensamientos. La cultura sigue cumpliendo esta función a la vez que la compagina con la de medio para el entretenimiento. En la actualidad, y desde hace más de un siglo, la cultura está sumergida en el modelo de industria, propio del sistema predominante en el globo terráqueo, y en expansión por la globalización, el capitalismo. Una de las bases de este sistema es la propiedad privada, la tendencia a que cualquier persona pueda apropiarse casi de lo que sea. Un ejemplo de esta apropiación es la cultura, a pesar de ser algo intangible, algo que se comparte, que se difunde, algo que no se puede medir. La tendencia capitalista a la apropiación de todo y a convertir todo en mercancía hace que la cultura cada vez se aleje más de su función original y se convierta en lo que es a día de hoy, un mero objeto de negocio.
Uno de los más fundamentales principios de este sistema es la rentabilidad, es decir, el beneficio económico. Aplicando esta lógica a la Industria Cultural podremos deducir que serán rentables aquellos productos culturales que reporten grandes beneficios a la Industria. Esta base de la que parte el sistema trae graves inconvenientes a la pluralidad cultural y a la calidad de ésta, como se demuestra en las siguientes líneas.
La inserción de la cultura en el modelo industrial exige a la Industria contar con un público masivo al que dirigir su masiva producción para, de esta forma, cumplir con las expectativas en lo que a beneficios se refiere. Esta situación provoca que la Industria cultural, siguiendo el modelo de los grandes negocios, tienda a la repetición de fórmulas económicamente rentables, es decir, a la repetición sistemática de los contenidos cuya rentabilidad quedó demostrada en el pasado. Esto hace que la esencia de gran parte de los productos culturales apenas cambie, a pesar de no ser creados en la misma época. Es, por ejemplo, la explicación de porqué la moda que, valga la redundancia, estuvo de moda hace años vuelve a estarlo en la actualidad. Lo mismo ocurre con los contenidos culturales en la actualidad. La repetición sistemática de contenidos no es nueva, ya que fue abordada hace casi un siglo por el filósofo Walter Benjamín en uno de sus muchos ensayos de crítica hacia la Industria Cultura , que en su época apenas había empezado a funcionar. Benjamín afirma que “la economía de las mercancías resulta ser, por tanto, la condición de posibilidad de la percepción ilusoria, pero efectiva, que se manifiesta plásticamente en la repetición de lo siempre igual. Pero, simultáneamente, ella misma exige que las mercancías no deban ser vistas como iguales, que deban tener el toque de novedad (…) Instruidos en la percepción de lo siempre igual, los consumidores codician lo nuevo, por más que la novedad no suponga más que la signatura temporal de lo más reciente”.
Repetir fórmulas culturales que ya funcionaron en el pasado, dándoles por supuesto ese toque ilusorio de novedad, es uno de los mecanismos de la Industria para seguir siendo un gigante con beneficios multimillonarios que cierra las puertas a prácticas culturales nuevas. La cultura, por su inserción en el modelo de Industria, está condicionada al rendimiento económico que proporciona. Sin embargo, y a pesar de la obviedad, algunos defensores de la propiedad intelectual achacan la repetición de contenidos a la piratería. Es el caso de José Abraham, compositor que trabaja para famosos cantantes como David Bisbal, Chenoa o David Bustamante. El compositor afirmó en un seminario de propiedad intelectual celebrado en la Facultad de Comunicación de Sevilla que la piratería está causando estragos en la Industria a varios niveles, tanto en el económico, como en el referido a su calidad, ya que películas como Avatar habían tenido que potenciar los efectos especiales en detrimento de la trama (una civilización superior intenta colonizar a una inferior, algo muy repetido en el cine más comercial) para hacer frente a la piratería. Resulta curioso cómo alguien que forma parte de la propia Industria puede detectar algunos defectos de la misma sin acertar en su procedencia, más cuando el compositor monopoliza el amor como el tema central, y prácticamente el único, de sus canciones.
Por otra parte, debemos hablar de la banalización de los contenidos, otro de los aspectos negativos que señaló Walter Benjamín acerca de la inserción de cultura en el modelo de industria. Como hemos comentado anteriormente, la Industria Cultural se basa, al igual que toda industria en el sistema capitalista, en la rentabilidad económica. Es por ello, y está muy relacionado con la repetición de contenidos, que la esencia de los productos culturales, aparte de cambiar poco o nada, debe ser apta para todos los públicos con el fin de maximizar el beneficio. Otras manifestaciones culturales quedan relegadas a un segundo plano, ya que tienen seguidores minoritarios en comparación con el público masivo de los productos de la Industria Cultural. Esto hace que apenas haya pluralidad cultural en el mundo de la Industria. Rara vez tendrán los productos culturales un mensaje de crítica al sistema, un sistema que es el que sustenta este negocio monopolístico. Además, el hecho de incluir un discurso crítico en un producto cultural también implicaría que algunas personas no estuviesen de acuerdo con dicho discurso, lo que diversificaría al público objetivo y, por tanto, se perderían ingresos. La base de la Industria es el dinero, por eso, conviene incentivar la creación de productos fácilmente digeribles por los públicos, productos cuyo acceso no suponga un sobreesfuerzo mental. Esto se acentúa en los últimos años con la aparición de la cultura del entretenimiento, que ofrece productos destinados a un único fin, el ocio. Además, y como señalara Noam Chomsky, la Industria Cultural cumple una doble función, por una parte, claro está, obtener grandes sumas de beneficios, y, por otra, mostrar una única visión del mundo, la visión occidental y capitalista sobre este mundo y sus problemas, una visión generalmente aceptada (otros agentes de socialización ya se han encargado de ello), que tiene más cabida entre el masivo público de los productos culturales
David Bravo Bueno
Una de las consecuencias y a la vez causa directa de que la Industria se halle inmersa en el modelo industrial de negocio es el hecho de la monopolización de los distintos sectores culturales por parte de grandes empresas. El mundo de la música, por ejemplo, se encuentra monopolizado por las multinacionales Universal Music Group, Sony Music Entertainment, Warner Music Group y Emi, que, según la RIIA , entidad que las agrupa, controlan cerca el 70% del mercado discográfico internacional. El abogado especialista en propiedad intelectual David Bravo asegura que este oligopolio hace que apenas exista competencia, lo que dificulta la aparición de contenidos distintos a los que marquen las líneas comerciales de estos cuatro gigantes. En referencia a la repetición y banalización de contenidos, Bravo señala que “el hecho de que ya estamos viviendo así, en ese mundo de poca diversidad por el interés de las discográficas, se refleja perfectamente en los repartos que hace SGAE a sus asociados”. El reparto de SGAE, según la Comisión Nacional de Competencia, es hoy en día del siguiente modo: el 0’75% de los asociados de SGAE, el total son más de 95.000, son los que se llevan el 75% de los beneficios. Para Bravo “esto no quiere decir que SGAE reparta mal necesariamente, esto quiere decir que el 0,75% de los socios de SGAE son los que suenan en todos lados porque le interesa a la Industria Discográfica ”. “A la Industria Discográfica –continúa el abogado-- le interesa que sean pocos y que vendan mucho para asegurarse que todas sus inversiones van a tener millones de compradores”. Lo que no le interesa a la Industria Discográfica es que sean muchos que venden poco cada uno porque se arriesgan. ¿Qué prefieren, a David Bisbal o a diez grupos que cada uno de ellos vende como David Bisbal? Prefieren a David Bisbal porque así saben que el próximo disco de este cantante va a vender, pero con los otros diez no tienen esa seguridad”. Con respecto al cine, pasa exactamente lo mismo, la maximización de beneficios es el principio fundamental de una industria que basada en el entretenimiento para todos los públicos, lo que implica, aunque se vuelva a incidir en lo mismo, una constante repetición y canalización de contenidos. De esta forma, películas con la misma base argumental serán repetidas una y otra vez por distintos directores y serán interpretadas tantas veces por diferentes actores. Según David Bravo, “ese es el problema de que la cultura sea tratada como una mercancía más”
Afortunadamente, la llega de Internet ha permitido vislumbrar con algo más de optimismo el futuro de la cultura, que no de la Industria. Internet , al ser una red mundial en la que personas de latitudes muy distantes quedan interconectadas en tiempo real, permite la difusión de la cultura, no sólo de aquella más comercial, sino también de la que no lo es, de esa cultura excluida de las líneas impuestas por la Industria. Con Internet aumenta la diversificación de gustos y públicos con respecto a la cultura.
Nuestro personaje, Javier, es un asiduo a las descargas en las páginas P2P. Sus gustos musicales son diametralmente opuestos a los productos que oferta la Industria. Sus grupos favoritos no salen ni en televisión, ni en radio ni en prensa. Gracias a las redes P2P Javier ha podido hacerse con la discografía de sus grupos preferidos y, además, ha comenzado a escuchar otros muchos que antes desconocía, grupos de los que ha podido disfrutar en directo en algunos conciertos. Si no hubieran existido estas páginas, jamás habría acudido a uno de estos conciertos por el simple hecho de que no conocería a los grupos.
El caso de Javier, aunque ficticio, es común a una gran cantidad de jóvenes en la actualidad. Jóvenes que no sólo aprovechan Internet para acceder a otro tipo de cultura, sino que también aprovechan la Red para buscar medios de comunicación alternativos o títulos de libros, ya que la devaluación de la lectura hace que apenas se transmita cultura literaria por los medios convencionales. Algo que en opinión de David Bravo podría redundar en la aparición de una sociedad más crítica: “El acceso a la cultura no tiene nada que ver con el derecho al entretenimiento, sino que tiene que ver con el derecho al desarrollo personal. Mis ideas están directamente influidas porque en el instituto escuchaba Extremoduro, porque escuchaba Barricada o Reincidentes. Está influido directamente por eso, por los libros que leía y las películas que veía. Entonces, si nosotros banalizamos la cultura y la dejamos en un mero producto de entretenimiento con el único interés de que sea comprado y que nos tenga a la gente entretenida, claro que influye y lo estamos viendo”.
La banalización cultural y la reproducción constante e interesada de un mismo sistema de valores, acompañado por la acción des-informativa de los medios convencionales, hace que la Industria Cultural se convierta en un potente aliado de los Estados para transmitir un punto de vista más o menos homogéneo sobre los conflictos que envuelven al mundo en el que vivimos. Son minoritarios los puntos de vista alternativos a los establecidos como políticamente correctos, puntos de vista refrendados por la acción de los medios convencionales y recogidos en los productos culturales de la Industria Cultural. Internet al ser un espacio no del todo controlado por los grandes flujos de capital, permite el acceso a otro tipo de medios, a otro tipo de ideas y, en definitiva, a otro tipo de cultura. Una cultura que abre caminos diferentes y homogéneos en el pensamiento humano, que abre alternativas al consenso del que Noam Chomsky habla en Los guardianes de la libertad, un consenso general fabricado por el estado. Las redes P2P permiten libertad en el acceso a distintos tipos de cultura, lo que podría provocar una diversificación en los gustos culturales y, por la influencia que ésta tiene en el desarrollo de la persona, en la heterogeneización de la sociedad, que se alejaría, así, del camino dictado por el poder. La pasividad de la sociedad (no en su totalidad, pero sí de un gran sector al menos) podría tener sus días contados con un Internet libre y una cultura libre y sin censura.
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